domingo, 15 de diciembre de 2024

Las cosas que no se superan...

¡Hola a todos! ¿Qué tal os está yendo diciembre? Supongo que habréis aprovechado el puente para salir a ver vuestras ciudades con las luces de navidad y montar el árbol y los abalorios de Navidad  en casa. También estaréis con las últimas compras de Navidad, los turrones, los panetones, los roscones y las comidas pensadas para Nochebuena, Navidad, Nochevieja y Reyes. Seguro que también estáis de cenas de empresa... Lo típico de todos los diciembres de cada año.

Como habéis podido observar, he estado también un poco más ausente en el blog porque ya os comenté que me había salido una oferta de trabajo muy buena y evidentemente no la he desaprovechado. Todavía estoy “aterrizando” en la nueva empresa y adaptándome a los nuevos cambios porque, como todo en la vida, hay que aprender a superar los momentos ¿o no?

De esto precisamente va la entrada de hoy, de cosas que pienso que, por mucho que pase el tiempo, no se van a superar nunca. Como se suele decir, puedes aprender a vivir con las nuevas situaciones y poderlas afrontar de la mejor manera posible, pero superarlas… Yo creo que es complicado. Os pongo en situación con un ejemplo que me ha pasado hace apenas unos días y que me está costando asimilar.

Cuando era pequeña, con 4-5 años tenía una amiga de la infancia que íbamos juntas al colegio, pero no a la misma clase. Ella iba una clase por debajo de mi. Yo con ella siempre me he llevado bien y jugábamos juntas en el patio. Yo iba a dormir a su casa, ella venía a la mía. La típica amiga de colegio que puedes tener a esas edades. La cuestión es que, yo nunca fui aceptada por mis compañeros de clase porque yo estaba algo rellenita, pero siempre tenías que celebrar tu cumpleaños y los tenías que invitar porque ellos te invitaban a ti no porque esos niños quisieran sino porque los padres les obligaban a invitarte. Un asco ya os lo digo.

La verdad es que a los que más odio (si, les sigo odiando y tengo ya más de 30 años) eran a tres y voy a dar sus nombres porque me da la gana y me apetece que la gente sepa lo crueles que fueron esos niños conmigo: CRISTIAN, MARCOS y JESÚS. El pobre de Jesús me daba hasta pena porque era muy amiguito de Cristian (el cabecilla del grupo) y era el típico niño que se dejaba influenciar bastante por él. Con el tiempo entendí que Jesús tenía que ser su amigo porque o sino Cristian le llamaría “enano” o “bajito”, creándole también un trauma de por vida…

Luego teníamos a Marcos que era casi igual de malo que el cabecilla del grupo, pero también era porque se dejaba influenciar mucho por Cristian. Los dos eran los más altos de la clase y se pensaban que todas las niñas iban a estar “coladas” por ellos solo por eso cuando a mi lo único que me daban era asco y me lo siguen dando.

Por último, tenemos al gran Cristian… El niño más cabrón de todos los tiempos. No dejaba títere con cabeza. Se metía con todo el mundo menos con sus amigos (lógicamente). Al que tenía gafas lo llamaba cuatro ojos, a mi que era rellenita me llamaba gorda, a otra chica que estaba muy delgada la llamaba palillo y puedo seguir… No tenía nunca fin. Era el típico niño al que le faltaban un par de hostias por parte de sus padres y me consta que la madre le regañaba mucho. De hecho, la madre le regañó delante de mí en muchas ocasiones por insultarme, pero quizá le hubiera venido mejor una “guantá” a mano abierta (Sí, eso que está ahora prohibido y así están saliendo los niños…).

De los demás niños, la verdad es que no recuerdo que fueran tan crueles como ellos tres. El caso es que en uno de los cumpleaños, uno de los otros niños se sentó a mi lado y al otro lado se sentó mi amiga. Los años fueron pasando y al terminar la primaria tuve que cambiarme de colegio porque ya la situación era insostenible. Tenía hasta profesores que me echaban la culpa de que yo rompía persianas porque el tal Cristian lo hacía y luego iba a ellos a quejarse diciendo que había sido yo. Que yo tiraba gomas de borrar, vamos que según el cabrón de Cristian, la mala era yo.

Desgraciadamente tuve que darme cuenta con 8-11 años que la vida era muy injusta y que, aunque te partieras el lomo por decir la verdad, nunca te iban a creer. Que los malos siempre iban a salir ganando y que las víctimas eran las que tenían que cambiar de colegio y empezar nuevas vidas alejadas de toda esa mierda de gente. Me refugié mucho en mi misma porque no confiaba en nadie, incluso me alejé de mi amiga y de todo el mundo.

Mis padres me tuvieron que llevar al psicólogo porque yo no quería salir de casa porque sentía miedo pensando que todo el mundo se iba a comportar como lo hacían ellos y lo peor de todo que, al vivir en el mismo barrio, me los podría encontrar en cualquier sitio. Me costó muchos años de terapia… los de toda la adolescencia, donde gracias a internet y a mi hobbie por las motos hice algunas amigas online con las que, a día de hoy, sigo teniendo relación.

Años más tarde, tendría yo unos 19-20 años. Recuerdo que estaba por el centro comercial del barrio donde vivía. Cuando ya comencé a ser capaz de salir de casa sola y a ser más fuerte mentalmente, serían como las 11 de la mañana. Yo iba a subir por las escaleras mecánicas, miré al suelo para no caerme y cuando levanto la cabeza y miro al frente… ¿adivináis quién bajaba por las escaleras de al lado? ¡CORRECTO! El cabrón de Cristian.

Durante todo el recorrido de las escaleras mecánicas nos estuvimos mirando a la cara. Su cara era de sorpresa y un poco del típico baboso que te mira hasta con deseo. Supongo que jamás pensó que aquella gordita bajaría de kilos antes de lo esperado y mucho menos que se encontraría con ella ya a esas edades. Evidentemente mi cara fue de desafío, odio y asco en plan: A ver si tienes lo que hay que tener ahora de llamarme gorda porque te voy a callar la boca de una guantá verbal, chaval. Evidentemente acompañada con una falsa sonrisa de quererlo estrangular en ese momento por todo lo que me había hecho sufrir.

El final de las escaleras nos llegó a ambos. Él se quedó allí paralizado mientras que yo me di la vuelta y continué con mi vida hasta el día de hoy. Igual se pensaría que le iba a saludar o a interesarme por su vida, como siempre se lo ha creído tanto… Sinceramente, creo que le dolió mi actitud, pero chico, como comprenderás… me jodes mi infancia insultándome todos los días de mi vida… ¿Cómo quieres que salga un simple saludo de mi boca hacía tu persona?

Actualmente, hace un mes, estando en una consulta médica me encontré con otro de mis compañeros de clase de aquella época. Este chico es verdad que nunca me insultó que yo recuerde, pero se que hacía actividades extraescolares con los anteriores. Me quedé sorprendida porque tiene un hijo y no me reconoció, pero casi que lo agradezco porque no quiero ni saludar a esa gente. Es verdad que con este mismo chico ya coincidí en la DGT para el teórico de conducir y tampoco nos saludamos. No se si me podéis entender, pero al final aunque esa gente no me hiciera nada, mi cerebro la relaciona con la época más triste de mi vida y no me apetece ni cruzar palabra con ninguno de ellos.

Hace unos días me han comentado que mi amiga y el chico que se sentó a mi lado ese cumpleaños se van a casar. Sinceramente, no me esperaba esto. Contacté con una persona muy cercana a ella y me comentó que este chico sigue teniendo relación con toda esa gente de cuando íbamos juntos al colegio, que todos se casan y van a las bodas de unos y otros… También me comentó que ella le habló a este chico de mí y, como desaparecí por completo, ni si quiera se acordaba de quién era yo.

Sinceramente, me preocupa un poco que me inviten a la boda porque ya hay una amistad familiar de muchos años aunque yo con ella no tenga relación. Es verdad que intercambiamos los teléfonos hace unos días, pero no hemos retomado la amistad. Por una parte, ha sido mi amiga casi toda la vida y me daría pena no estar en un día tan importante para ella, pero por otra parte, si pienso egoístamente en mí, prefiero no ir para no encontrarme con todas esas basuras de personas. Si voy y me los encuentro, creo que mi mejor manera de actuar o de dirigirme a ellos va a ser a través de mi mejor herramienta: la ironía.

Ya no se trata de que les guarde rencor o no, se trata que me han hecho muchísimo daño y no me apetece ni mirarles a la cara a ninguno. Es más, hoy en día cada vez que piso mi barrio de toda la vida, es raro que no me encuentre a lo lejos (y doy gracias) a gente con la que no me quiero cruzar. Yo no se si ellos me reconocerán o no y la verdad es que si me reconocen y piensan que soy maleducada con ellos poco importa la verdad porque para mí son indiferentes.

Como comentaba al principio del blog, hay cosas que no se superan por mucho que pasen los años y ésta es una de ellas… La gente dice bueno es que ya tienes más de 30 años y esos eran cosas de niños, tienes que superarlo. Es que es muy fácil hablar y decirlo cuando nunca has pasado por una situación así, pero es complicado superarlo. Si ahora me comporto así o tengo determinada personalidad con la gente es por el daño que me han hecho y creo que es totalmente comprensible.

También pienso que he ido “suavizando” un poco mis comportamientos o me tomo algunas cosas con algo más de humor por los años que me tiré viviendo sola fuera de mi ciudad y con la gracia del sur. Fueron los mejores años de mi vida sin duda y, con los años, seguiremos evolucionando o intentaremos tomarnos las cosas de otra manera, pero superar todo aquello que nos ha hecho tantísimo daño, es complicado de superar ya os lo digo, pero también creo que lo que no te mata, te hace más fuerte.

¡Un saludo a todos!

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